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Armando Manzanero, el compositor más romántico y melódico de mi época, tiene una canción que tituló “Esperaré”. Y es que el que ama siempre espera. ¿Quién dijo que el amor es desinteresado? Me interesas porque me importas, porque he creado grandes expectativas contigo y con nuestra relación.

Pero para amar hay que acercarse. Amores de lejos… amores que se “desinflan” y mueren. Por eso Dios se ha hecho cercano, “adveniente”, para poder amarnos. Y nos lo ha hecho ver, nos lo ha revelado. Y porque confiamos en Él, lo esperamos.

Dicen que hay tres venidas presenciales de Dios en la historia de la humanidad. En la primera no pudimos estar pues fue, aproximadamente, 2020 años atrás. En la última, al final de los tiempos, probablemente tampoco estaremos y no sabemos cuándo será. Pero la más importante para cada uno de nosotros es la que está entre estas dos: cuando Dios-Jesús se hace presente en nuestra vida y nos hacemos conscientes de eso: en la creación, en la historia personal y colectiva, en nuestro interior, en quien nos necesita, en la Eucaristía o en su Palabra. Cuando a través de todo lo anterior, sentimos esa presencia inequívoca de un Dios que se acerca porque nos quiere.

Pero hay, también, tres maneras de esperar este acercamiento: La del joven sentado frente a un “pedazo de riel” por donde nunca pasará nada: la espera incoherente. Es la de aquellos que buscan su felicidad y ponen su confianza en las cosas materiales, en el exterior, en las promesas del “mundo”. Les pasó a los judíos que esperaban al Mesías y no se dieron cuenta de su llegada, terminaron crucificándolo y aún lo siguen esperando.

La espera en la antesala del dentista, donde no hay nada que hacer más que leer una vieja revista: la espera pasiva. Es la de aquellos que están ahí, pero no actúan, no participan, no se involucran, no son capaces de comprometerse con lo que acontece, a merced de lo que traiga el viento. Les pasó a los pastores en Belén, pero para suerte de ellos, como eran buenas personas y confiaron en el anuncio, se levantaron, fueron y reconocieron a Dios en el Niño que estaba en un pesebre.

Finalmente, la espera de mi tía Gloria, la tía preferida de mi juventud cuando venía desde PR a visitarnos: una espera activa y celebrativa. Desde que se acercaba la fecha anunciada preparaba las historias que le contaría, las visitas que haríamos a los lugares de interés, ordenaba las cosas de la casa y adquiría otras que sabía que le gustarían. Les pasó a los Reyes de Oriente, atentos, descubrieron la señal que esperaban y, dejándolo todo, salieron en búsqueda del que sabían que vendría y le llevaron obsequios dignos de quien se trataba.


El asunto es: ¿Cómo es nuestra esperanza en esta Navidad?

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